
Hace algunos días leí algo que se me figuró maravillosa reflexión de Alberto Chimal: «Las personas físicas se afantasman en las redes sociales. Al contrario, las personas morales (como dicen las autoridades hacendarias: las organizaciones, instituciones y empresas) se vuelven más concretas, más fácilmente perceptibles. Las creemos personas: \”Me contestó tal marca\”, escribe alguien con emoción, como si algo sobrehumano hubiera volteado a mirarle».
Efectivamente, las personas físicas, desaparecen en el “mandrakeo” que hoy permiten las redes sociales. Por ejemplo, yo nunca voy a entender lo que, incluso, considero una falta de respeto y ausencia del más mínimo decoro social: aquellos que programan su WhatsApp para que nunca se sepa si han visto el mensaje o no. Ya sabes, que las palomitas no se pongan azules nunca, manteniéndose grises siempre, para siempre mantener su fantasmagórica presencia (o falsa percepción de su física ausencia) cristalizada realidad física reactiva pero a voluntad, dependiendo del valor que perciban para su beneficio ante tú llamado. ¿Te imaginas estar hablando frente a frente con alguien, que con todo el rigor de la evidencia por su presencia física frente a ti, le hicieras una pregunta y se quedara callado, como en pausa, absorto en la nada, siendo nada, como si no existiera salvo siendo un fantasma? Sería una franca grosería. De hecho, cuando en la vida real esto sucede (porque increíblemente sucede), no falta el comentario de vuelta subido de tono: “¿Qué no me escuchaste? ¡¿No dices nada?!” Eso significa programar el WhatsApp para nunca dar evidencia de que sabes que te están hablando. ¿Te imaginas la clase de persona que debe ser alguien que premeditadamente actúe así? Es alguien que se esconde. Y alguien así difícilmente es auténtica. Debo acotar aquí que mientras alguien no conteste a los primeros llamados, la posibilidad de que natural y lógicamente no esté disponible o pegado al celular para revisar el WhatsApp es enteramente válida y creíble. Pero el valor moral de la persona se derrumba tal cual escena de edificio dinamitado para su demolición, cuando aún con las “palomitas grises“… ¡te contesta! Habría que ser muy tonto o de muy baja autoestima para emocionarse o alegrarse de que ese otro, cuando premeditadamente no quiere estar disponible para nadie, a ti te hace el “honor“ de contestarte. Más bien, alguien inteligente y de buena autoestima, en ese mismo instante, creo, debería evitar toda comunicación con alguien de esa calaña. Irónicamente (y merecida por igual), lo más conveniente sería intercambiar papeles en ese revelador instante y desaparecer de esa comunicación. A todas luces, no es alguien con quien valga la pena dialogar. No se habla en sano juicio con fantasmas. No se habla con justa autoestima con alguien que deliberará conferirte atención o no antes de que tu mero llamado lo merezca. Este nuevo tipo de comunicación a través de las redes sociales ha permitido el desdén como si fuese una natural y válida opción, pero para alguien inteligente, ese acto no le exonera de valor moral. Por eso se me hizo tan atinada la observación de Chimal: “Las personas físicas se afantasman en las redes sociales”. A lo que yo aumentaría: “Y así, abren la opción de autodenigrarse precisamente en su valor de persona”.
La gente en las redes sociales puede desaparecer así, sin más. Condición que muchos les agrada, lo prefieren, pues al fin pueden hacer lo que en presencia física les gustaría pero les es imposible. Ni responder a quien les habla. Yo creo más digno, para seguir con el ejemplo del WhatsApp, dejar la evidencia de qué si hemos visto el mensaje para que luego expliquemos que no tuvimos tiempo de responder ante la seriedad del tema o porque simplemente no deseamos dialogar en ese momento. Para mí, eso es más digno, es un acto de mayor valor. Pero se requiere de autoestima para actuar así. En cambio, el fantasma, el que se esconde, actúa con otra de las trampas de su ego: queriendo siempre “quedar bien” con los demás, viviendo una paz barata, siendo lo que no se es, autorizándose a sí mismo el poder mentir para hacerles creer a los otros que no está disponible cuando sí lo está, desapareciendo como persona, al mismo tiempo que cree que eso le puede conferir valor. Así el tamaño de este absurdo. Así suelen ser los absurdos del ego.
Por otro lado, muy otro, cuán atinado es lo contrario: lo que no existe realmente, lo podemos percibir como si fuera una persona concreta. El tema de la persona moral. “La compañía”. Yo siempre mis conferencias, desde hace años, he hablado algo al respecto. La empresa, la marca, en esencia no existe. Lo único que existe realmente son las personas que trabajan bajo una idea de conjunto, llamada firma o empresa o marca. La diferencia es sutil pero profunda a la vez, radical de hecho. Aquí es a la inversa, lo que no existe materialmente, lo percibimos como algo concreto. Siempre sugiero que hay que recordar que “detrás” de toda marca hay una persona… en el mejor de los casos, porque alcanzo a detectar un híbrido de las dos posturas: la persona que se esconde tras la marca para no comprometerse y fundirse en el fantasmagórico elefante blanco. ¿Has intentado llamar a un banco para resolver algún problema con alguna de tus cuentas? Entonces me entenderás. Ahí “nadie” existe y nadie se hace responsable, sólo te responde el fantasma.
Hay de todo en esto de la percepción de persona fantasma, persona concreta, a conveniencia.
He disfrutado mucho reflexionar contigo hoy a través de mis letras, inspirado en una frase de Chimal. Espero que con este texto siga cumpliendo mi misión de vida: Ayudarte entender para que vivas mejor. Y en temas como el de hoy, para que seas mejor.
¡Emoción por existir!
-Alejandro Ariza Z.